TRIBUNAL INAPELABLE
La economista entró en el consultorio buscando satisfacer
una curiosidad. No esperaba encontrar allí un remedio para sus males. Había dos
turnos antes de ella, le comunicó la secretaria. Miró al hombre y la mujer. Esperaban
sentados. Parecían perdidos en sus propios pensamientos.
—Voy a fumarme un cigarrillo afuera —le dijo la economista a
la secretaria y salió hasta el balcón. Estaba al final del pasillo. Sacó la
cajetilla de cigarrillos. Extrajo un cigarrillo sin prisas y luego lo prendió
con un encendedor a gas. Contempló las casas de la ciudad a lo lejos, mientras
el humo iba a sus pulmones y volvía a salir por la nariz.
La economista se giró para mirar, cuando sintió la salida de
alguien del consultorio. Quería ver la expresión de la persona atendida. Su
expresión podía darle un indicio sobre las calidades del consultorio. Era una
mujer. Se la veía relajada y tranquila, como si hubiera descargado un gran
peso. Tenía la misma expresión de su amiga cuando visitó al lingüista por
primera vez. Estaba allí por ella. Le habló maravillas del hombre. Quería
constatar por sí misma si era verdad lo dicho por ella. Para ella, en lo
personal, nadie podía curarle el alma, pero su amiga le había asegurado algo
distinto. El lingüista era bueno en su oficio. Había ido a muchas partes, y
cada vez era una decepción más.
La economista se decidió a volver al consultorio. Otra
persona se dirigía hacia allí. No quería perder el turno. Cuando entró, la
secretaria le dijo al visitante, su turno va después de la señora, señalándola
a ella. Buscó asiento en la sala y se hundió en sus pensamientos como los
demás, a la espera de ser atendida.
Cuando entró a sesión la persona delante de ella, la
secretaria le entregó a la economista un consentimiento informado. Le pidió lo
leyera y lo firmara antes de entrar a la consulta.
En el documento, la economista leyó la explicación sobre qué
era la programación psicosemiótica de la mente. Se la describía como un método
educativo para optimizar, emocional y racionalmente, la mente de las personas.
La mente era vista como una computadora compuesta de varios módulos. El proceso
de optimización consistía en identificar cuál o cuáles eran los módulos con bloqueos
en su funcionamiento. Se sacaban a la consciencia para desbloquearlos y se
devolvían al subconsciente de la persona. Con eso se superaban las situaciones,
identificadas como problemáticas.
En el documento también se decía cómo el cerebro aprendía
mucho más fácil cuando sus vibraciones oscilaban entre once y trece hercios. Por
eso la persona era sumida en un estado de latencia. Éste permitía acelerar el
proceso de aprendizaje para el adecuado manejo de las emociones, los sentimientos,
las creencias y los pensamientos. En este estado de latencia, la persona
recordaba absolutamente todo lo ocurrido en el proceso, por eso el aprendizaje
era más eficaz y duradero.
El documento terminaba describiendo a la psicosemiótica como
un método de aprendizaje. Educaba a las personas en el manejo de las emociones,
sentimientos, creencias y pensamientos. Al final un texto decía “Declaro haber
entiendo qué es la psicosemiótica y he decidido voluntariamente usar este
método acelerado de aprendizaje de las emociones, sentimientos, creencias y
pensamientos”. Luego estaba el espacio para la firma del consentimiento
informado, la fecha y la ciudad donde se hacía.
La economista no entendía algunas cosas muy bien, pero le
llamaba la atención aquello sobre el método de aprendizaje acelerado de las
emociones, sentimientos, creencias y pensamientos. Por eso firmó sin dudar. En
ese momento, salió la mujer del despacho del lingüista y la secretaria le hizo un
gesto, ya podía entrar.
— ¿Cómo está? —le preguntó el lingüista a la economista.
—Muy bien, y ¿Usted?
—Muy bien también. ¿Cuál es su nombre?
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