domingo, 4 de septiembre de 2016

Extractos de Lucamo 23



EL ABOGADO DEL PRESIDENTE



Capítulo 1

—Por el bien del país, Rumorosa Siete debe ser fusilada.
El abogado miró desconcertado a sus compañeros de mesa, al escuchar las crudas palabras del presidente. Le escandalizaba la palabra “fusilar”. Podría haber sido “silenciar” para dejar la ambigüedad del lenguaje flotando en los oídos de los presentes. Quizá “desaparecer” para significar lo molesto de los comentarios de la escritora. Tal vez “sacar de circulación” para desaprobar las opiniones de la mujer, no a la persona. Pero era la palabra “fusilar”. Hablaba como si allí no estuvieran reunidos los consejeros íntimos del presidente, sino una corte marcial. Como si ellos decidieran quién vive o muere, con un simple señalar del dedo índice. Estaban siendo vistos como un puñado de personas para satisfacer los caprichos del jefe sin condiciones.

Después de comprobar la mirada petrificada de los presentes, al abogado se le ocurrió pensar, había una razón para sentirse optimista. A pesar del lenguaje de dictador, respirado últimamente en aquella sala, algo había mejorado. Comprendió, el país estaba avanzando en sus procesos democráticos, aunque no pareciera. Hacía apenas unos meses, aquello ni siquiera se habría ventilado en aquella sala. Los presentes allí, simplemente se habrían enterado en las noticias. Rumorosa Siete, había sido asesinada en cualquier recóndito lugar de la patria. Todavía se buscaba a los responsables del hecho, dirían las noticias. Ahora por lo menos, el presidente compartía sus oscuros pensamientos con su equipo personal de asesores. En la sala de juntas solo estaban los funcionarios a quienes consideraba amigos fieles. Personas en quienes podía confiar hasta en los tiempos más difíciles de la política pública. Les había compartido la idea. Ésta le estaba carcomiendo el seso. Revelarla, era un signo de algo. Él todavía albergaba una ligera posibilidad de obrar diferente. Quizá las cosas se podían hacer distintas. El abogado intuyó en aquel acto, otra intención del mandatario. En el fondo ni él mismo quería “fusilar” a la mujer. Le provocaba muchos disgustos con sus escritos. A pesar de todo, había sido capaz de contenerse. No dio la orden de matarla sin más. Prefirió esperar para ver qué pensaban sus amigos íntimos en el gobierno.

El presidente Baldomero Milicia tenía nombre de persona bautizada por un general de cinco soles, no por un sacerdote. Desde pequeño parecía signado para regir su vida por el código castrense. No había prestado el servicio militar obligatorio pero actuaba y pensaba como militar. Pensaba, el país necesitaba soluciones. Debían imponerse con mano firme. La democracia solo era un manto para cubrir la mesa. Debía ocultar cuanto ocurría debajo de ella. Servía para esconder el contenido de sus cajones. Para él, el derecho le daba una apariencia conveniente a los hechos sangrientos. Estos eran necesarios para conservar el orden. Solo se necesitaba eso, una apariencia para mantener los ánimos calmados. Los actos de estado podían ser tan crueles como se quisiera, pero nunca se podía descorrer la cortina democrática. Ésta les daba existencia legal tras bambalinas.

El presidente estaba sentado a la cabeza de la mesa de reuniones. Estaba bastante descompuesto. No podía ocultar el malestar. Los escritos de la mujer lo exacerbaban. Firmaba sus artículos como Rumorosa Siete. Seguía expectante ante cualquier pregunta o comentario de los presentes. Se removió impaciente en su asiento. No quería aquellas miradas congeladas dirigidas hacia él. Quería bocas balbucientes. Bocas llenas de opiniones. Palabras de entusiasmo para impulsar la solución. Se debía neutralizar a los enemigos de la patria.

Los miembros del equipo asesor para los asuntos de Estado, seguían sentados ante la gran mesa de forma ovoide, sin salir de la sorpresa. Pensaban, aquel sería un fin de semana tranquilo y placentero. Esperaban, aquella reunión fuera para darles la bienvenida a la finca del presidente e invitarlos a disfrutar del merecido descanso. Pero en vez de ello, resultaban involucrados en la consumación de un delito. Ahora eran cómplices por escuchar lo inesperado. No se atrevían a articular palabra alguna. Cualquier cosa dicha en aquel momento, podía exponerlos de un modo u otro. 

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