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lunes, 5 de septiembre de 2016
Colombian Landscape 2
COLOMBIAN LANDSCAPE 2
Digital art based on a natural landscape of Colombia.
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domingo, 4 de septiembre de 2016
Extractos de Lucamo 23
EL ABOGADO DEL PRESIDENTE
Capítulo 1
—Por el bien del país, Rumorosa Siete debe ser fusilada.
El abogado miró desconcertado a sus compañeros de mesa, al
escuchar las crudas palabras del presidente. Le escandalizaba la palabra
“fusilar”. Podría haber sido “silenciar” para dejar la ambigüedad del lenguaje
flotando en los oídos de los presentes. Quizá “desaparecer” para significar lo
molesto de los comentarios de la escritora. Tal vez “sacar de circulación” para
desaprobar las opiniones de la mujer, no a la persona. Pero era la palabra
“fusilar”. Hablaba como si allí no estuvieran reunidos los consejeros íntimos
del presidente, sino una corte marcial. Como si ellos decidieran quién vive o
muere, con un simple señalar del dedo índice. Estaban siendo vistos como un
puñado de personas para satisfacer los caprichos del jefe sin condiciones.
Después de comprobar la mirada petrificada de los presentes,
al abogado se le ocurrió pensar, había una razón para sentirse optimista. A
pesar del lenguaje de dictador, respirado últimamente en aquella sala, algo
había mejorado. Comprendió, el país estaba avanzando en sus procesos
democráticos, aunque no pareciera. Hacía apenas unos meses, aquello ni siquiera
se habría ventilado en aquella sala. Los presentes allí, simplemente se habrían
enterado en las noticias. Rumorosa Siete, había sido asesinada en cualquier
recóndito lugar de la patria. Todavía se buscaba a los responsables del hecho,
dirían las noticias. Ahora por lo menos, el presidente compartía sus oscuros
pensamientos con su equipo personal de asesores. En la sala de juntas solo
estaban los funcionarios a quienes consideraba amigos fieles. Personas en quienes
podía confiar hasta en los tiempos más difíciles de la política pública. Les
había compartido la idea. Ésta le estaba carcomiendo el seso. Revelarla, era un
signo de algo. Él todavía albergaba una ligera posibilidad de obrar diferente. Quizá
las cosas se podían hacer distintas. El abogado intuyó en aquel acto, otra
intención del mandatario. En el fondo ni él mismo quería “fusilar” a la mujer. Le
provocaba muchos disgustos con sus escritos. A pesar de todo, había sido capaz
de contenerse. No dio la orden de matarla sin más. Prefirió esperar para ver
qué pensaban sus amigos íntimos en el gobierno.
El presidente Baldomero Milicia tenía nombre de persona
bautizada por un general de cinco soles, no por un sacerdote. Desde pequeño
parecía signado para regir su vida por el código castrense. No había prestado
el servicio militar obligatorio pero actuaba y pensaba como militar. Pensaba, el
país necesitaba soluciones. Debían imponerse con mano firme. La democracia solo
era un manto para cubrir la mesa. Debía ocultar cuanto ocurría debajo de ella. Servía
para esconder el contenido de sus cajones. Para él, el derecho le daba una
apariencia conveniente a los hechos sangrientos. Estos eran necesarios para
conservar el orden. Solo se necesitaba eso, una apariencia para mantener los
ánimos calmados. Los actos de estado podían ser tan crueles como se quisiera,
pero nunca se podía descorrer la cortina democrática. Ésta les daba existencia
legal tras bambalinas.
El presidente estaba sentado a la cabeza de la mesa de
reuniones. Estaba bastante descompuesto. No podía ocultar el malestar. Los
escritos de la mujer lo exacerbaban. Firmaba sus artículos como Rumorosa Siete.
Seguía expectante ante cualquier pregunta o comentario de los presentes. Se
removió impaciente en su asiento. No quería aquellas miradas congeladas
dirigidas hacia él. Quería bocas balbucientes. Bocas llenas de opiniones. Palabras
de entusiasmo para impulsar la solución. Se debía neutralizar a los enemigos de
la patria.
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sábado, 3 de septiembre de 2016
Extractos de Lucamo 22
TRIBUNAL INAPELABLE
Latencia 1
La economista entró en el consultorio buscando satisfacer
una curiosidad. No esperaba encontrar allí un remedio para sus males. Había dos
turnos antes de ella, le comunicó la secretaria. Miró al hombre y la mujer. Esperaban
sentados. Parecían perdidos en sus propios pensamientos.
—Voy a fumarme un cigarrillo afuera —le dijo la economista a
la secretaria y salió hasta el balcón. Estaba al final del pasillo. Sacó la
cajetilla de cigarrillos. Extrajo un cigarrillo sin prisas y luego lo prendió
con un encendedor a gas. Contempló las casas de la ciudad a lo lejos, mientras
el humo iba a sus pulmones y volvía a salir por la nariz.
La economista se giró para mirar, cuando sintió la salida de
alguien del consultorio. Quería ver la expresión de la persona atendida. Su
expresión podía darle un indicio sobre las calidades del consultorio. Era una
mujer. Se la veía relajada y tranquila, como si hubiera descargado un gran
peso. Tenía la misma expresión de su amiga cuando visitó al lingüista por
primera vez. Estaba allí por ella. Le habló maravillas del hombre. Quería
constatar por sí misma si era verdad lo dicho por ella. Para ella, en lo
personal, nadie podía curarle el alma, pero su amiga le había asegurado algo
distinto. El lingüista era bueno en su oficio. Había ido a muchas partes, y
cada vez era una decepción más.
La economista se decidió a volver al consultorio. Otra
persona se dirigía hacia allí. No quería perder el turno. Cuando entró, la
secretaria le dijo al visitante, su turno va después de la señora, señalándola
a ella. Buscó asiento en la sala y se hundió en sus pensamientos como los
demás, a la espera de ser atendida.
Cuando entró a sesión la persona delante de ella, la
secretaria le entregó a la economista un consentimiento informado. Le pidió lo
leyera y lo firmara antes de entrar a la consulta.
En el documento, la economista leyó la explicación sobre qué
era la programación psicosemiótica de la mente. Se la describía como un método
educativo para optimizar, emocional y racionalmente, la mente de las personas.
La mente era vista como una computadora compuesta de varios módulos. El proceso
de optimización consistía en identificar cuál o cuáles eran los módulos con bloqueos
en su funcionamiento. Se sacaban a la consciencia para desbloquearlos y se
devolvían al subconsciente de la persona. Con eso se superaban las situaciones,
identificadas como problemáticas.
En el documento también se decía cómo el cerebro aprendía
mucho más fácil cuando sus vibraciones oscilaban entre once y trece hercios. Por
eso la persona era sumida en un estado de latencia. Éste permitía acelerar el
proceso de aprendizaje para el adecuado manejo de las emociones, los sentimientos,
las creencias y los pensamientos. En este estado de latencia, la persona
recordaba absolutamente todo lo ocurrido en el proceso, por eso el aprendizaje
era más eficaz y duradero.
El documento terminaba describiendo a la psicosemiótica como
un método de aprendizaje. Educaba a las personas en el manejo de las emociones,
sentimientos, creencias y pensamientos. Al final un texto decía “Declaro haber
entiendo qué es la psicosemiótica y he decidido voluntariamente usar este
método acelerado de aprendizaje de las emociones, sentimientos, creencias y
pensamientos”. Luego estaba el espacio para la firma del consentimiento
informado, la fecha y la ciudad donde se hacía.
La economista no entendía algunas cosas muy bien, pero le
llamaba la atención aquello sobre el método de aprendizaje acelerado de las
emociones, sentimientos, creencias y pensamientos. Por eso firmó sin dudar. En
ese momento, salió la mujer del despacho del lingüista y la secretaria le hizo un
gesto, ya podía entrar.
— ¿Cómo está? —le preguntó el lingüista a la economista.
—Muy bien, y ¿Usted?
—Muy bien también. ¿Cuál es su nombre?
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