Mucha soledad corría por las venas de MC. Hasta el perro lo
abandonó. Por un instante pensó dejarlo marchar. Ya tenía bastante para ahora
amargarse por un simple perro. Todos lo habían dejado, por qué no había de
hacerlo un chandoso sarnoso, pensó. Luego se cuestionó su poder. Qué clase de
poder era el suyo cuando ni a un perro podía controlar. La respuesta fue
instintiva. Corrió por el pasillo detrás de su compañero de toda la vida. Lo
vio cómo avanzaba, con decisión, por el pasillo hacia la salida. Se dio prisa
para alcanzarlo. Pero el animal cruzó la salida. Él, sin detenerse, también
salió. Se encontró en el bosque, caminando detrás del perro. Por momentos, se
le perdía. Luego volvía a divisarlo. Era extraño cuanto estaba pasando. El
perro avanzaba como si fuera llevado por alguien. Le acariciaba el pelambre y
de pronto se levantó. Comenzó a caminar hacia la salida, sin atender su
llamado.
Llevaban largo tiempo caminando. Se sorprendió de la
habilidad del can. A pesar del largo tiempo de cautiverio, conservaba la misma
agilidad para desplazarse. El perro dobló en una curva marcada por un guayacán
amarillo. Cuando MC llegó a ella, nunca más volvió a ver al animal. Vagó, sin
rumbo, largo rato, tratando de dar con él, pero todo fue en vano. Decepcionado,
se sentó en una raíz de Ceiba, derrumbada por el tiempo. Su respiración se hizo
libre. Hacía tiempo no aspiraba el aroma de la vegetación. El aire inyectó a su
cuerpo una libertad nunca antes experimentada. Por primera vez, fue consciente.
Había abandonado La Fortaleza y nadie se lo había impedido. Ya había olvidado
cómo era el mundo exterior. Se encontró de pronto dueño de sus actos. Allí no
tenía responsabilidades. Nadie sabía de identidades ni de poderes. Con un gran
regocijo, caminó. La decisión fue instantánea. Su nueva situación le había
sugerido muchas ideas. Haría funcionar el plan. Estaba a tiempo para revertir
los procesos. Ahora tenía la oportunidad de ser de nuevo un ABC y no la dejaría
pasar de largo. Disponía del conocimiento y los recursos para lograrlo. Quería
ser en adelante, un don nadie. Quería dejar atrás el mito del hombre súper
poderoso. Ya no lo disfrutaba, como lo pensó en sus inicios. Estaba cansado del
fantasma engañoso del poder.
MC no se atrevía a telefonear a sus hijos y esposa, para no
sentirse culpable. Ellos vivían en medio del rechazo social, por su culpa. Se
reconocía como el causante de la situación. Él mismo optó por alejarlos,
pensando, así los dejarían en paz. Pero no fue así. Había una especie de
consenso general. Las culpas de él, también lo eran de su familia.
A pesar de todo, MC consideraba, su familia no podía
reprocharle nada. Por sus actividades disfrutaba de lujos, inalcanzables para
una persona con el salario de un lavador de autos. Ese había sido su comienzo
laboral. Si no hubiera cambiado de rumbo, no habría podido ofrecerles ni una
vivienda decente. Ahora tenían todas las comodidades, brindadas por el dinero.
Frecuentaban círculos sociales, no permitidos para personas de origen humilde.
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