Sensación 1
El sueño del diablo rojo
El diablo rojo avanza dando brincos por el polvoriento
camino. Tres monos vestidos de verde y amarillo le siguen. No va alegre ni
triste. Simplemente va por la existencia aceptada. Uno de sus saltos levanta
más polvo del esperado. El camino se desfonda. Los cuatro se deslizan a gran
velocidad por un tobogán de tierra. El diablillo libera un grito prolongado. El
laberinto es bastante oscuro. Delgadas estelas de luz acompañan su
desplazamiento vertiginoso. Aquello parece no tener fondo. Seguro saldrán del
otro lado de la tierra, piensa. Llegarán al continente opuesto. El estertor del
golpe sobre las hojas secas lo convence de lo contrario.
Se levanta. Se sacude la caperuza roja por instinto. Los
monos tosen acosados por el olor a humedad. Camina a tientas por el oscuro
laberinto. Uno de los monos tamborilea su instrumento dos veces. El diablo
enano y rojo lo manda a callar. Explora el lugar. A su paso crujen las hojas
secas del piso. Las paredes de tierra son bastante húmedas. Un frío helado
sobrecoge su piel. Cruza los brazos para abrigarse con la caperuza roja. Un
olor nauseabundo invade su nariz. Es el aroma a mil diablos. El olor penetra
hasta remover su memoria. Ahora lo tiene bien identificado. En su mente está
ahora la imagen del río Cauca. Durante toda su niñez, el miasma podrido invadió
su olfato. Vivió mucho tiempo cerca de sus orillas. Conocía de memoria su olor,
las curvas del cauce, las distintas ondas del agua.
El diablo rojo intentó obstruir las fosas nasales con sus
dedos para expulsar al olor intruso, pero se detuvo. El ambiente se llenó de un
perfume embriagador. La esencia a pino embotó sus sentidos. Comenzó a flotar.
Su cuerpo traspasó paredes. Voló por espacios luminosos, hirientes para sus
ojos. Se encontró a gran altura de la tierra. Luego comenzó un descenso lento.
Era pluma llevada por el viento. Las corrientes de aire lo mecían. En su
descenso columpiado por el espacio, fue a posarse sobre la baranda del Puente
de Occidente. Por un momento se impregnó de la gloria del constructor. Era una
obra maestra de la ingeniería nacional. José María Villa volvió a flotar entre
los paisajes de Sopetrán. Llenaba su mente con las relaciones numéricas de la
naturaleza. Su cuerpo resbaló de la baranda. La imagen se diluyó.
La caída fue rápida, pero lenta para el cúmulo de recuerdos.
Muchos eventos transitaron por la mente. Toda la vida pasada fue restituida en
imágenes rápidas. Después la superficie del agua se rompió. Un sonido explosivo
se regó como un eco. La oscuridad era total ahora.
Sensación 2
—Estás extraña esta mañana, ¿Ha vuelto el diablo rojo? —preguntó
el hijo al ver las ojeras de la madre.
—Sí, esta vez se prolongó hasta perderse en los remolinos
del agua. Me quedé pensando en el fondo oscuro. Éste efectivamente existía.
Entonces me dije, si lo hubiera sabido antes, mi vida habría sido de una eterna
bondad. El río conserva su identidad en y por el movimiento contenido de sus
aguas. Pude sentirlo.
—Mamá, ya debería haberse liberado de esa culpa, después de
tanto tiempo —dijo Antonio, al reconocer en las palabras de Teresa, esa vieja
melancolía. La muerte de José, el otro hijo, todavía la atormentaba.
— ¿Llamas tiempo a un año escaso? Los recuerdos no pueblan
nuestra soledad, la hacen más profunda. La discordia es la única creadora. No
es sólo una emoción. Los dos somos culpables. Quizá más yo. Lo acosé para ser
como tú. Todavía hoy sorprendo miradas acusadoras. Vienen de aquellos
conocedores de la historia. Le restan importancia a la carta dejada por él. Se
les ve en los ojos la malicia.
Antonio se dedicó a empacar los papeles en el portafolio. Su
madre continuó hablando.
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