Desfila aquí una galería de las Rosendas y los Rosendos para nombrar
a las personas alojadas en los territorios de la muerte por donde transita este
texto. Las Rosas y los Rosendos protegen la identidad de los protagonistas
reales, quienes en la mayoría de los casos, prefieren no aparecer con sus
nombres propios. Las Rosas y los Rosendos unifican las identidades de los
protagonistas para darle realce a los hechos referidos, y no a los
protagonistas. En una ciudad donde la muerte puede darse en cualquier momento y
lugar, los nombres se vuelven circunstanciales, pero los hechos no deben serlo,
si se aspira a no cometer los mismos errores en el futuro. Lo aquí narrado, se
mueve en el terreno de la ficción y la realidad, porque la realidad misma,
parece una ficción.
Rosendo Asesinado,
escuchó el estertor del gatillo cuando golpeó el punto de cobre de la bala. La
explosión del detonador en el revólver treinta y ocho sonó fuerte y se prolongó
en eco contra las paredes de la noche. Se repitió en la noche avanzada y en
cada pared de cada edificación a lado y lado de la carrera Palacé con la
Avenida Primero de Mayo de la ciudad de Medellín. Rosendo Asesinado sintió cómo
sus bolsillos se vaciaban pese a la negativa. El disparo sonó con estruendo. Una
bruma aterradora se apoderó de su mirada. Vio borroso cuando Rosendo Asesino se
alejó apresurado con su compañero, llevándose las pocas pertenencias de sus
bolsillos. Apoyado contra la pared, logró levantarse agonizante. Todo alrededor
parecía una pesadilla, una película de horror, como en una de las tantas vistas
en el teatro Avenida, ese teatro de cine a solo media cuadra allí. Decidió ir hacia
él en su marcha agonizante. Hacia allá, tendría más posibilidades de tomar un taxi,
pensó. Se apoyó en la pared con fuerza. Dio tambaleante un primer paso sobre la
acera solitaria. Fue el primer paso de entrada a los territorios de la muerte. Desde
ese momento, el cuerpo soporte de su existencia, se negaba a cargar más vida de
la transportada durante tantos años. Su cuerpo, en adelante, transitaría por
lugares donde la consciencia o la inconsciencia sobre cuanto sucedía, poco
importaría. Territorios de la agonía donde la vida duda si vencerá a la muerte
o será derrotada definitivamente. Territorios de la defunción donde la muerte
se certifica para espantar cualquier sombra de duda. Territorios funerarios,
inhumados, exhumados, del recuerdo, de la comunicación, tantos territorios
abiertos por la muerte sorpresiva e inesperada. Territorios donde se mezclan
los componentes de la violencia urbana para sembrar las calles de muerte. Territorios
donde abundan el alcohol, la droga, las armas, el satanismo, el odio, la
dominación y la demencia colectiva. Sin saberlo, Rosendo Asesinado, comenzó a
transitar los territorios de la muerte. Ellos serían desde ese momento la
pesadilla de sus seres queridos.
En Medellín, se superponen
territorios opuestos sin ningún conflicto. Está el territorio donde florece la
ciudad amable, alegre, limpia. Un territorio donde la gente se atreve a la
fiesta, al arte, al trabajo con esmero. Un territorio donde hay espacio para la
creatividad y reinventar la vida. Territorios con invitación permanente a no
desertar de la ciudad primaveral. Un lugar donde la dimensión universal del
hombre se proyecta en el entorno. Esta ciudad llevó a Rosendo Asesinado a
trabajar en no importaba qué para ganar el derecho a seguir vivo en una urbe
donde la vida fluye por cada poro de la piel. Pero también está ese otro
territorio desconcertante, inesperado. Ese otro territorio donde la vida se
desangra, donde la vida se desvaloriza. Un territorio donde la agresión supera
a las ansias de vivir. En ese territorio de la vida, también conviven los territorios
de la muerte como si fuera algo natural. Más no lo es. La mente vigilante
navega por los ríos de la sin razón tratando de hallar islas donde la lucidez
se asiente y extienda desde allí su gran reinado de la convivencia con
inteligencia. Un reinado donde las muertes sean simbólicas y no físicas como
solución al desacuerdo con el otro.
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