sábado, 6 de agosto de 2016

Extractos de Lucamo 14





La Plaga Bíblica no ha Desaparecido

Publicado por primera vez en la Revista Credencial Historia, Bogotá – Colombia, edición #63, Marzo de 1995.

En abril y mayo de 1994, campesinos del departamento del Meta, Colombia, reportaron a la oficina del Instituto Colombiano Agropecuario, ICA, en Villavicencio, la presencia de langosta saltona en la altillanura. Desde entonces la Oficina de Prevención y Control ha hecho un seguimiento del desarrollo de la plaga. La langosta no ha podido sobrepasar el cauce del río Meta. En sus vegas se halla la mayor presencia de los enemigos naturales de la plaga, los cuales son el mejor método de control. Se ha identificado a la garza como la más efectiva, al lado de los garrapateros, los guereré, los alcaravanes llaneros y los carracos (aves propias de la región).

Las invasiones de la langosta en el presente siglo tuvieron un efecto devastador sobre la agricultura colombiana, creando desórdenes económicos, sociales y políticos. En la región del suroeste de Antioquia existen varios testimonios orales sobre las invasiones en 1906, 1909, 1916, 1918-20, 1926, 1928 y una pasajera en 1936. De ésta, se dice, solo se escuchó el zumbido característico de la plaga al volar y se vio la nube de langostas en el firmamento. Pasó de largo sin asentarse esta vez, en esa región. Pasó de largo hacía otro lugar del país.

La llegada de la langosta implicaba apresurados traslados de ganado en busca de otras tierras donde pudiera alimentarse, pues la plaga acababa con los pastos. Los alimentos escaseaban, y quedaban las consecuentes hambrunas. «Cómo sería el hambre que mi hermano menor, quien en ese entonces tenía dos meses, se comió la punta de la suela de una cotiza, y si no es porque mi mamá lo vio a tiempo, se la come toda», dice Julián Bolívar, informante del municipio de Betulia (Antioquia), Colombia. Su relato de la plaga es conmovedor: «yo estaba de unos ocho años. Iba con mi hermano para la roza cuando menos pensamos, escuchamos un zumbido y nos volvimos para mirar y nos encontramos con una bandada de grillos que venía volando. Sacamos los machetes y comenzamos a reventarlos en el aire. Estábamos entretenidos matándolos cuando se nos deja venir la lluvia de esos animales y corrimos asustados para la casa. Mi mamá estaba arrodillada en el patio rezando. Al otro día todo estaba pelado. Del yucal solo quedaban los varejones blancos porque la langosta se había comido hasta la corteza. Era tanto el animalero, que las matas de maíz se doblaban al suelo con ellas. Pasamos mucha hambre».


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