La Plaga Bíblica no ha Desaparecido
Publicado por primera vez en la Revista Credencial Historia,
Bogotá – Colombia, edición #63, Marzo de 1995.
En abril y mayo de 1994, campesinos del departamento del
Meta, Colombia, reportaron a la oficina del Instituto Colombiano Agropecuario,
ICA, en Villavicencio, la presencia de langosta saltona en la altillanura.
Desde entonces la Oficina de Prevención y Control ha hecho un seguimiento del
desarrollo de la plaga. La langosta no ha podido sobrepasar el cauce del río
Meta. En sus vegas se halla la mayor presencia de los enemigos naturales de la
plaga, los cuales son el mejor método de control. Se ha identificado a la garza
como la más efectiva, al lado de los garrapateros, los guereré, los alcaravanes
llaneros y los carracos (aves propias de la región).
Las invasiones de la langosta en el presente siglo tuvieron
un efecto devastador sobre la agricultura colombiana, creando desórdenes
económicos, sociales y políticos. En la región del suroeste de Antioquia
existen varios testimonios orales sobre las invasiones en 1906, 1909, 1916,
1918-20, 1926, 1928 y una pasajera en 1936. De ésta, se dice, solo se escuchó
el zumbido característico de la plaga al volar y se vio la nube de langostas en
el firmamento. Pasó de largo sin asentarse esta vez, en esa región. Pasó de
largo hacía otro lugar del país.
La llegada de la langosta implicaba apresurados traslados de
ganado en busca de otras tierras donde pudiera alimentarse, pues la plaga
acababa con los pastos. Los alimentos escaseaban, y quedaban las consecuentes
hambrunas. «Cómo sería el hambre que mi hermano menor, quien en ese entonces
tenía dos meses, se comió la punta de la suela de una cotiza, y si no es porque
mi mamá lo vio a tiempo, se la come toda», dice Julián Bolívar, informante del
municipio de Betulia (Antioquia), Colombia. Su relato de la plaga es
conmovedor: «yo estaba de unos ocho años. Iba con mi hermano para la roza
cuando menos pensamos, escuchamos un zumbido y nos volvimos para mirar y nos
encontramos con una bandada de grillos que venía volando. Sacamos los machetes
y comenzamos a reventarlos en el aire. Estábamos entretenidos matándolos cuando
se nos deja venir la lluvia de esos animales y corrimos asustados para la casa.
Mi mamá estaba arrodillada en el patio rezando. Al otro día todo estaba pelado.
Del yucal solo quedaban los varejones blancos porque la langosta se había
comido hasta la corteza. Era tanto el animalero, que las matas de maíz se
doblaban al suelo con ellas. Pasamos mucha hambre».
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