TERRITORIO DE LOS CUERPOS YACENTES
Fragmento de la obra Territorios de la Muerte, publicado por
primera vez en la revista Folios número 5, Universidad de Antioquia, Medellín -
Colombia, julio de 2000.
El Carro funerario entró despacio por el Portón del
Cementerio Universal. Llegó hasta la Zona M y se parqueó cerca del lugar donde sería
la morada final de Rosendo Asesinado. Cuatro hombres uniformados bajaron el
féretro del auto. Dos mujeres, también uniformadas, encabezaron la marcha hasta
la tumba. Llevaron en las manos los pocos ramos de flores, enviados para
despedir al difunto. En medio del corrillo de familiares y acompañantes,
descargaron el ataúd en la tierra. Destaparon la caja para la despedida final y
Rosa Maternal volvió a estallar en llanto. Expresaba sin contenerse, su
incomprensión de por qué habían matado a su hijo. Por qué debía ser él. Le
reclamaba a Dios por haber permitido fuera su hijo la víctima. Un hermano del
difunto, fue el primero en regar la noticia de la tumba inundada.
Al amanecer había llovido y la tumba estaba invadida por el
agua hasta la mitad. Pero no era agua, aquello era líquido verdoso y
fermentado, producto de la destilación de líquidos de los muertos adyacentes y
filtrados a través de las franjas de tierra entre una tumba y otra. Los sesenta
centímetros no eran una contención suficiente para el paso de fluidos de una fosa
a otra. Los familiares dolidos, les reclamaron a Rosendo Enterrador y Rosendo
Enterrador Antiguo. Le reclamaban el no haber tenido la tumba lista. Ellos se
defendieron. No era culpa de ellos si había llovido. Y tampoco les competía
hacerlo. Sacar el agua era una responsabilidad de la familia.
Una tía del muerto, después de discutir airada con los
trabajadores del Cementerio, se quitó los zapatos y se remangó los pantalones. No
estaba dispuesta a enterrar a su sobrino en una piscina. Tomó el pequeño balde,
dejado por los trabajadores con disimulo cerca de la tumba, como si alguien lo
hubiera dejado allí olvidado, e inclinando su cuerpo sobre la fosa, comenzó a
sacar el líquido verdoso represado. El líquido formó cauce para descender hasta
la vía central del Cementerio, buscando el desagüe cercano al panteón central
de bóvedas. En el trayecto hizo pequeños charcos. Expelía un olor penetrante. El
aire se enredaba en la nariz y hacía arder las mucosas. Algunos moscos se
alborotaron también y comenzaron a picar con fiereza a los acompañantes.
La tía viendo cómo la tarea
no prosperaba con la rapidez requerida, se metió en la fosa. Ya no le importaba
si sus pies se pudrían al contacto con aquella mezcla mortal. Entretanto, un
hermano de Rosendo Asesinado, conversaba con los empleados de la funeraria. Quería
saber si había otra alternativa.
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